15 octubre 2010

El positivismo tecnocrático y su propuesta reformista: el caso de Vicente Villarán

Esta ponencia fue presentada originalmente en el IX Fórum de Interpretación Filosófica de la Realidad Peruana, realizada en la Universidad Nacional Federico Villarreal, el 15 de octubre de 2010.

Los tecnócratas, adjetivo que se adjudica a los técnicos y asesores “no políticos” de los funcionarios públicos, se jactan de su influencia solapada en las decisiones de los gobiernos. Asimismo, declaran ser los garantes de la “estabilidad” de un Estado, y consideran que, mientras los políticos profesionales se dedican a dar la cara y hacer labores meramente representativas, son ellos los que posibilitan, con sus opiniones “técnicas”, los verdaderos procesos de reforma de la sociedad y su camino al desarrollo. En el Perú, pensadores como el positivista Manuel Vicente Villarán Godoy defendieron la idea de que los profesionales se desarrollen más en sectores productivos que en oficinas burocráticas. La presente ponencia trata de establecer una relación entre el pensamiento de Villarán y las ideas y mitos de los tecnócratas contemporáneos. Leer más>>>

1. Las ideas del positivismo europeo sobre la reforma social.

En el siglo XIX, las ideas revolucionarias calaron fuertemente en toda Europa. Ya sean proclamas liberales o socialistas, las voces vanguardistas de la época clamaban el entierro definitivo del llamado “Antiguo Régimen”, como se conoció en Francia al régimen de la monarquía absoluta.

Definitivamente, la revolución burguesa de 1789 en Francia fue una catapulta para este fenómeno. Los lemas de “libertad, igualdad y fraternidad” resonaron en la conciencia de la humanidad europea, y fueron inspiración directa de los procesos de emancipación criolla en Hispanoamérica.

Pensadores como Kant y Hegel adhirieron a este espíritu, y lo reconocieron como consecuencia política del movimiento de la Ilustración europea. El primero de ellos dotó al movimiento de su lema más famoso: “Atrévete a pensar por ti mismo”, ya que consideraba que las ideas revolucionarias estaban relacionadas causalmente con la toma de conciencia del sujeto en torno a la libertad de la que lo dotaría su razón. En tanto que Hegel, no menos apasionadamente, calificó a Napoleón, dirigente máximo de la expansionismo inicial de la revolución francesa, como “la razón que va a caballo”, conquistando territorios y dotándolos de luces espirituales.

Sin embargo, este proceso de cambios estructurales no convenció a todos. Algunos consideraron que ello significaba un derramamiento de sangre inútil, poniendo como prueba el fracaso de la intentona imperialista napoleónica, y el endurecimiento de la monarquía y la represión en muchas otras regiones de ese continente.

Desde esta perspectiva y en ese contexto, el francés Augusto Comte delineó las líneas maestras del positivismo clásico. Esta filosofía toma distancia tanto del conservadurismo monárquico como del liberalismo revolucionario. Considera que ambos regímenes representan modelos superados por la historia. Bajo el lema de “orden y progreso”, Comte consideraba que los tiempos de las teocracias represivas y las revoluciones violentas habían llegado a su fin. Propuso una tercera vía: la reforma social a través del desarrollo de la ciencia.

Según Comte, la falta de un conocimiento científico de los hechos sociales impiden tomar decisiones que garanticen el crecimiento ordenado de una nación. Por ello, propone constituir una nueva ciencia que se encargue de establecer las leyes y regularidades de la vida social, permitiendo desarrollar métodos de solución de todo tipo de problemáticas y conflictos humanos. Esta ciencia fue denominada por él "física social", la actual sociología.

Comte, pues, era anticonservador y antirrevolucionario. No simpatizaba ni con el Antiguo Régimen ni con los socialismos radicales. Recomendó una reforma social basada en el conocimiento, donde los científicos sean los asesores de los empresarios en el gobierno, y estos sigan los sabios consejos de aquellos para evitar que sucedan nuevas revoluciones que alteren el orden establecido (como una potencial revuelta proletaria).

2. Las ideas de Vicente Villarán sobre la reconstrucción nacional.

En el contexto peruano, las ideas positivistas cundieron en el Perú sobre todo después de la llamada “guerra del Pacífico” que, debido a intereses foráneos, enfrentó a los pueblos hermanos de Chile, Bolivia y Perú. El perjuicio económico fue tremendo para nuestro país. Surgieron en ese contexto las proclamas de “reconstrucción nacional”, pues luego del desastre bélico se requería reorganizar la República de manera urgente. Pensadores como González Prada adhirieron al positivismo como manera de dotar de una educación científica a las clases populares, que las alejase del misticismo religioso y les diese un carácter menos pasivo. Su objetivo era preparar a los peruanos para las tareas de “recuperación y venganza” del desastre provocado por nuestras clases dirigentes.

Pero también surgieron pensadores como Manuel Vicente Villarán Godoy. Este abogado limeño, nacido en 1873, adhirió al positivismo como una manera de construir al ser humano que, según su perspectiva, requería el Perú para emprender de una vez por todas el camino del desarrollo y progreso social.

Según María Luisa Rivara de Tuesta (en su texto “Manuel Vicente Villarán ante la condición humana”), la reflexión filosófica de Villarán involucraba reconocer que no hay posibilidad de progreso humano sin garantizar un desarrollo de su base económica. Por lo cual él consideraba que debía realizarse con urgencia una reforma educativa, que dejara de privilegiar las carreras de letras y se enfocara a forjar profesionales que se desenvuelvan en sectores económicamente productivos. Villarán se refiere de esta manera a la necesidad de promover la profesionalización en carreras técnico-científicas.

En consecuencia, y a diferencia del filósofo espiritualista Alejandro Deústua (que consideraba que la educación sólo debía concentrarse en una élite dirigente), Villarán promovía el desarrollo de carreras y oficios técnicos, donde no están excluidas las capas populares. Esto lo lleva a dejar de lado los prejuicios aristocráticos contra los sectores indígenas y pueblos originarios, a los que se solía considerar como una “raza degenerada” e incapaz de aportar al progreso de la nación. Es así que, por el contrario, Villarán considera que, de la misma manera que los antiguos indígenas lucharon contra el agreste territorio que los rodeaba, y empeñaron toda su fuerza e inteligencia en ello, de igual manera puede actualmente reivindicarse ese potencial en los pueblos originarios, con la ayuda de una educación científica.

También indica María Rivara que, según Villarán, el Estado debe dejar de promover el estudio de oficios que solo tienen como finalidad llenar oficinas burocráticas donde prima el papeleo. El profesional debe tender a la vida activa, e involucrarse en actividades empresariales que permitan que, paralelamente al desarrollo personal, garanticen el progreso de nuestro país.

Vemos, pues, que Manuel Vicente Villarán Godoy puso todo su empeño en promover una reconstrucción nacional basada en la ciencia y el desarrollo económico. El científico debe asesorar el proceso de cambios, pero para ello se requiere la voluntad del Estado de integrarlo a su plana de empleados, dotándolo de libertad relativa, que le permita controlar (en consonancia con la iniciativa de los agentes privados) la ejecución de proyectos que realiza en base a una metodología rigurosa. Y desde el desarrollo material conseguido, forjar condiciones para el desarrollo espiritual.

Sin embargo, no faltaron opiniones y críticas respecto de esta propuesta de Villarán. José Carlos Mariátegui, por ejemplo (en su ensayo sobre “El proceso de la instrucción pública”), la consideró como parte de un proyecto demoburgués. Desde este proyecto, sólo se busca capacitar a la clase obrera para formar parte del contingente de mano de obra que el desarrollo incipiente del capitalismo necesitaba. Es decir, en última instancia no se busca liberar a las capas populares, sino adaptarlas al sistema, y hacerlas parte del engranaje que genera ganancias para pocos y explotación para muchos.

3. Las ideas de los tecnócratas contemporáneos.

Encontramos en los planteamientos de Manuel Vicente Villarán similitudes con la práctica de la tecnocracia contemporánea. Este término alude a los funcionarios públicos de alto mando, que ocupan puestos importantes en sectores y carteras productivas (como el Ministerio de Economía, el Ministerio de la Producción o el Ministerio de Energía y Minas). Remunerados con altos salarios, los tecnócratas viven la fantasía de estar “gerenciando el país” como si de una empresa privada se tratase. Su objetivo es gastar lo menos, y si para ello es necesario reducir programas sociales, o eliminar beneficios laborales, no hay problemas. Para ello, utilizan técnicas de management que garantizarían la estabilidad del sistema, sobre todo frente a posibles temores que cambios radicales pueden generar entre los inversionistas extranjeros.

El tecnócrata no se considera político. Villarán diría, que el profesional no debe convertirse en burócrata, entendiendo al burócrata como un hombre de escritorio, cuya única responsabilidad es firmar papeles e ilusionar a la población con promesas incumplibles. El tecnócrata, en ese sentido, no se incluye dentro de lo que denomina la “clase política”. Considera que en la sociedad el conflicto principal se da entre los empresarios privados y los funcionarios públicos. Por lo que la mejor manera de superar esa contradicción es que los empresarios privados copen los puestos públicos “estratégicos” para sus intereses.

El ideal de la tecnocracia es comparable, por tanto, al ideal general del positivismo, que en el Perú representa Vicente Villarán. En efecto, a) el positivismo habla de un acuerdo entre científicos y empresarios para garantizar el avance social con "orden y progreso". b) Aplicado al caso peruano, Villarán instó a que los profesionales peruanos se capaciten en carreras científicas para asumir funciones de mando que en su tiempo (como ahora) sólo asumen “personas de confianza” de los gobernantes, pero sin mayor capacitación. Y c) los tecnócratas llevan al extremo estas recomendaciones, al considerar que el erario público debe estar al servicio de la empresa privada, para lo cual los técnicos deben vigilar permanentemente a los políticos, diseñando proyectos que se ajusten a esos objetivos.

La tecnocracia contemporánea (y también en su versión nacional) ha creado, pues, el mito del “Estado empresa”, una especie de combi rápida que garantiza ipso facto la llegada a buen puerto de los proyectos de ley que benefician a los más pudientes. La legitimación de ese mito se da cuando se asegura al pueblo que el beneficio de los más ricos al final tendrá como efecto el beneficio de los más pobres, al prometerles que (en el largo plazo) tendrán acceso a mejores empleos y mejor remunerados. Es la teoría del “chorreo” exacerbada a política de Estado.

No es de extrañar que, bajo estos criterios, los movimientos sociales y la sindicalización de la clase obrera se vean como “factores de inestabilidad”, y que, como resultado de ello, se considere válida la promulgación de leyes de represión de la protesta social, en aras de la “gobernabilidad” de la República del Perú.

4. Conclusiones.

A. La filosofía positivista encierra dentro de sí los postulados de la moderna tecnocracia, al proponer la inserción de científicos en puestos de poder, para que defiendan intereses empresariales.

B. Manuel Vicente Villarán Godoy representa el ideal positivista de querer desarrollar al país por medio de la capacitación técnico-científica de la ciudadanía, lo que es funcional al cumplimiento de objetivos privados y antiburocráticos.

C. La tecnocracia contemporánea (también en su versión nacional) aplica en la práctica los principios positivistas de una manera cruda y descarnada. Considera que la reforma de la sociedad pasa por una privatización de las funciones del Estado, y se considera vigilante de cualquier intento popular que se oponga a ello.