26 agosto 2018

Las actitudes frente a la inmigración


La masiva movilización de personas que por diversas razones abandonan su localidad originaria para ocupar una ajena, es una característica importante del devenir histórico del hombre. Así fue, por ejemplo, la llegada de Abraham a tierras palestinas, descrito en Génesis 20. En aquel tiempo, los palestinos originales (filisteos), un pueblo en formación, no vieron en su real dimensión las motivaciones teocráticas bajo las cuales llegó el "padre de muchas naciones", y los recibieron con cierto aire de superioridad. Su rey incluso quiso tomar para sí a la muy atractiva Sara, esposa del patriarca, intención que depuso al conocer el transfondo religioso de aquella visita. Simplemente tuvo que allanarse a la voluntad de Dios y ceder territorio. Fue el germen del plan salvífico, que en ese episodio actuó sin derramar una sola gota de sangre.

En nuestro tiempo, los éxodos masivos no se hacen para cumplir misiones de apropiación territorial con permiso divino. Tal mística de la antigüedad (y también de la historia del colonialismo moderno) se debió a que los pueblos del pasado, cuando migraban, migraban en nombre de su Estado. Y el Estado tiene (siempre ha tenido) sus mitos y sus estratagemas ideológicas para orientar a la masa en la obtención de sus objetivos. En cambio, los migrantes de hoy lo hacen en condición de parias. Seres autoexiliados de su sociedad, viajan cual aventureros, algunos en son de paz, a trabajar y a progresar con su propio sudor, y otros sin tantas buenas intenciones. En ambos casos, no hay mitos que motiven el desplazamiento territorial, solo necesidades meramente materiales, y métodos mundanos para satisfacerlas.

La categoría de migrante se particulariza al instalarse en la localidad ajena, y entonces a estos viajeros asentados se los conoce como in-migrantes (los migrantes que ya están dentro del territorio de destino). En este texto no describiré el proceso de movilización, que se caracteriza por desarrollarse con múltiples obstáculos, con experiencias del tipo que dio materia prima para escribir la inmortal "Odisea". Más bien, me interesa analizar las actitudes que aparecen en los habitantes originales del lugar, una vez que los migrantes ya se han asentado entre ellos. Me interesa evaluar las actitudes frente a la inmigración, es decir, las reacciones que genera la presencia del visitante de otras tierras.

Una primera actitud, que me parece la más perniciosa, es considerar al inmigrante como un ser completamente Otro. Es verdad que el recién llegado también puede considerar al habitante nativo de la misma manera. Pero el problema de la indiferencia recíproca (independientemente de quién haya empezado con ello) provoca una partición de la sociedad, ya no en clases sociales, como típicamente se clasifica, sino en grupos étnicos que perviven y superviven aislados unos de otros. Los lazos sociales se dan, por supuesto, pero solo es a partir de la interacción económica básica (intercambio de productos) o en el entorno laboral (vínculo entre contratados y subcontratados). No puede esperarse de ello la integración de los individuos, ni siquiera en el largo plazo, pues ¿qué estabilidad o desarrollo social puede engendrarse con una actitud así?

Una segunda actitud, que es típica de la superficial cultura moderna, es la tendencia a cosificar al inmigrante por sus cualidades y posibilidades meramente externas. Por ejemplo, calificar a los visitantes de repugnantes o deseables en sentido sexual, o de aprovechables o inútiles en sentido económico, podría no pasar de una reacción individual de personas groseras y poco educadas. Sin embargo, al generalizarse los calificativos en el mismo sentido, refleja una gran negligencia en las maneras en que las familias locales instruyen moralmente a sus integrantes, dejando que los impulsos emocionales afloren y hasta gobiernen la zona mental de interpretación, priorizando el deseo y la ambición como los criterios principales de valoración antropológica. Demás está decir que brilla por su ausencia un elemental mecanismo de censura frente a los pensamientos contrarios a la dignidad ajena.

Una tercera actitud es juzgar al inmigrante como un ser malvado y de tendencias delincuenciales. Se desarrolla así la perspectiva xenofóbica (1), que engendra una demonización del diferente y, por lo tanto, es contraria a toda caridad y compasión. Esta actitud ignora, además, las causas profundas de las migraciones. Refleja, pues, no solo un desconocimiento de los procesos sociales a nivel mundial (algo que suele ser normal), sino también un olvido de la propia historia, ya que toda región del planeta ha tenido sus momentos de crisis y sus necesidades de emigración más o menos masivas. Por lo general, dicha actitud suele ser soliviantada por líderes políticos que se prestan a campañas de ocultamiento de los problemas internos de una sociedad, lo cual le genera réditos políticos, porque el vulgo aspira a sentirse mejor que el resto de la humanidad, sin mayor esfuerzo que el apego a una ideología discriminatoria.

Por último, una cuarta actitud es la recepción acrítica y sumisa de la inmigración. Para algunas personas, contagiadas de alguna versión deformada de cosmopolitismo multiculturalista, la presencia de influencias culturales exóticas ayuda a un mejor desarrollo de la comunidad, cualesquiera que estas sean. Sin embargo, esta actitud peca de ingenuidad, al menos respecto de las reales posibilidades de aportación del grupo visitante. Si, como hemos dicho al inicio, los éxodos de hoy no se dan con patrocinio estatal o intencionalidad de conquista, sino a la manera típicamente gitana y nómade, entonces no podemos esperar un florecimiento cultural a partir de la presencia de los individuos llegados de otras tierras. Muchas veces, detrás de esta actitud allanada existe una especie de minusvaloración de la propia cultura. Pero no es saludable buscar remover nuestras raíces en medio de la confusión.

En conclusión, ya sea que la inmigración provoque indiferencia, minusvaloración, odio o aprobación excesivos, no cabe duda que ella forma parte de procesos irreversibles, es decir, que no se pueden desconocer como parte intrínseca de la historia de la humanidad. Particularmente criticable es intentar ningunear las alteraciones psicosociales que genera la presencia inmigrante, tildándolas de meras especulaciones, como si fueran desvíos de la razón que no deberían ponernos en expectativa de cambios importantes en nuestro porvenir colectivo. No, señores. Para bien o para mal, los foráneos son protagonistas de progresos y retrocesos dentro de una sociedad, y nosotros deberíamos saberlo especialmente, dada nuestra condición de herederos de antiguos campesinos devenidos en hombres de ciudad. Hoy por hoy, la ciudad de Lima es nuestra, una ciudad construida a partir de la inmigración indígena, con los problemas propios del proceso del asentamiento de nuestras familias. En el futuro, ¿podrán decir lo mismo los individuos de cultura caribeña que hoy llegan por millares a nuestra metrópoli?

Lima, 26 de agosto de 2018.
(Publicado originalmente en: facebook.com/161862844712065)
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(1) "Xenofobia" es un término que etimológicamente significa "temor al extraño", pero que en su uso se restringe específicamente a los inmigrantes extranjeros. Con fines de ampliación semántica, tal vez sea mejor castellanizar y usar el término italiano "esterofobia", que literalmente significa "temor al que viene del exterior", que si bien significa estrictamente lo mismo, podría usarse para incluir en las referencias a los inmigrantes de las provincias de un país, personas contra las que también se ejercen las actitudes enumeradas en este texto.

14 julio 2018

Sobre la falsa indignación

Indignarse es airarse de algo que nos sorprende y enoja a la vez. De una maldad que desconocíamos y cuyo efecto es tan pero tan grave que consideramos que la única reacción posible es la protesta. Bien canalizada, la indignación lleva a acciones prácticas para la resolución de conflictos. Encarar valientemente a quien ha generado un perjuicio real, lleva a este a tomar una posición, entre el error cometido o la rectificación del mismo, entre la terquedad o la vuelta a la paz. Cuando se supera la irregularidad, el indignado puede encontrar una tranquilidad que solo da la justicia.

Sin embargo, también existe la falsa indignación, que es fabricada por gente inescrupulosa para manipular los sentimientos de la población. La que organiza escándalos teledirigidos y fomenta miedos irracionales. Aquella que permite tener algo en lo que distraerse mientras los problemas estructurales del sistema de cosas siguen en pie, sin crítica alguna que les haga mella. En ese sentido, el falso indignado proclama que su protesta es por una causa justa, cuando en realidad solo está en pie de lucha por sus intereses particulares.

Por estos días el Perú se debate entre dos falsas indignaciones: la de los conservadores y la de los liberales. Las de siempre, las que se han manifestado en toda nuestra historia republicana, pero en versiones sucesivamente renovadas, para arrastrar a las nuevas generaciones en la ola manipulatoria:

1) La falsa indignación de los conservadores, totalmente fingida, que dice concentrarse en la defensa de la familia, pero termina esclavizándola a los poderes establecidos. Una pretensión nauseabunda que confunde lo más sagrado con lo meramente mundano. Donde lo espiritual se subordina a lo temporal, y donde la fe verdadera se instrumentaliza y distorsiona en favor de un orden de cosas injusto. Enarbolando sus consignas moralistas, los conservadores solo buscan asegurar sus posesiones, obtenidas históricamente a partir del saqueo y el robo.

2) La falsa indignación de los liberales, de apariencia radical, la que promueve la libertad absoluta como pantalla para imponer la tiranía de los instintos. La que enarbola como principal valor de su "humanismo" el derecho a repudiar la vida espiritual, y entroniza al hedonismo como modelo de conducta. La que considera que lo bueno es lo mismo que lo agradable, pero no le parece malo legalizar asesinatos y otras degeneraciones, mientras esto sirva al propósito de satisfacer sus caprichos. Cuya hipocresía es tal que afirman estar en rebeldía contra los conservadores, pero en realidad buscan ocupar el lugar que estos detentan en el Estado.

Cada vez que los falsos indignados convocan a la ciudadanía a protestar y manifestarse, no hacen más que usar a la población en el cumplimiento de su agenda política. De esa manera, se convierten en fabricantes de motivos para perder el tiempo. Instauran modas de odio y organizan de tiempo en tiempo linchamientos públicos contra individuos corrompidos, pero en los que de ninguna manera reside la causa de la inmoralidad y la pobreza que campea en nuestro país.

Por ende, el circo mediático que levanta la falsa indignación solo puede servir para disimular reacomodos y reparticiones de privilegios entre los miembros de dichos grupos. Detrás del llamamiento a indignarse se esconde la pugna por embolsicarse el dinero de la ciudadanía. Una reflexión mínimamente inteligente debe conducir a una actitud de repudio frente a dicho proceder. Porque solo el rechazo radical de la mentira lleva a la verdadera independencia. Y la verdadera independencia lleva a evitar levantar banderas ensuciadas por la ambición.

Lima, 14 de julio de 2018.
(Publicado originalmente en: facebook.com/140958073469209)

26 septiembre 2015

Despiden a profesores de Aduni por formar sindicato

Una terrible injusticia ha sido cometida en las academias Aduni y César Vallejo. El pasado 11 de setiembre (fecha bastante simbólica en diversos sentidos) han echado a profesores de esa institución, sólo por el hecho de querer establecer un sindicato, algo que es una necesidad porque los profesores no son bien pagados y eso afecta enormemente la calidad de la enseñanza. Los profesores buscaban establecer la igualdad de los trabajadores frente a los altos directivos, que se han instaurado como patrones en una institución creada para servir al pueblo. Y como reacción les han aplicado el despido arbitrario

Mi más plena solidaridad con los profesores defenestrados, que adicionalmente a esa injusticia, han sufrido diversas calumnias, una práctica que se está haciendo cada vez más común contra aquellos que alguna vez se han atrevido, de diversas formas, a hacer reclamos salariales. El camino por el que han pretendido embarrar su reputación ha sido el típico de la ultraderecha: los han acusado de senderistas del MOVADEF. 

Si bien yo renuncié en mayo del año pasado, fui testigo y también protagonista de las penas de ser profesor en esa academia. En su gran mayoría llegamos atraídos por las promesas de pleno empleo, y de una posibilidad de desarrollo laboral aportando a la transformación de la sociedad. Pero una vez conocido que el salario es bajísimo, muchos nos consolábamos con que al menos teníamos una tribuna para exhortar a los estudiantes a ser profesionales humanistas. Finalmente, algunos de los que teníamos familia (y que ya no podíamos tolerar el maltrato) renunciábamos, mientras otros profesores de más experiencia cocinaban con todas las precauciones del caso el proyecto del sindicato.

Hoy por hoy ha explotado esta situación y el llamado Instituto de Ciencias y Humanidades está en una emergencia laboral. Ojalá esto se pueda contrarrestar, triunfe la lucha de los trabajadores en las academias Aduni y César Vallejo y, en poco tiempo, la sociedad pueda contar con una Institución renovada, donde realmente se cumpla el objetivo para el que fue fundada: servir al pueblo de todo corazón.


07 enero 2015

Sobre la disciplina en las aulas.

Los estudiantes ven en la figura del profesor
un manipulador ansioso por quitarles la libertad
El término disciplina suele asociarse con castigo, rigor, cosa obligatoria. En una sociedad como la nuestra, donde los grupos de poder han instaurado una cultura represiva, ser disciplinado significa ser obediente a las órdenes de un superior, con acatamiento inmediato y sin objeciones de conciencia.

El aspecto represivo del término se refuerza con la forma tradicional de la ideología cristiana, que con su praxis inquisitorial propone que el remordimiento y el sentimiento de culpa acompañen todo posible desacato a la figura de autoridad. El objetivo es eliminar todo posible acto de subversión contra el orden establecido. Estamos pues, en una sociedad donde la disciplina es entendida en un sentido negativo.

Es comprensible que, aplicada en el ámbito educativo, se entienda que ser disciplinado significa ser sumiso y complaciente ante cualquier orden, bajo el supuesto de que ello es lo correcto y el pensamiento autónomo es algo a destruir. Por obra de la educación formal, los estudiantes ven en la figura del profesor un manipulador ansioso por quitarles la libertad y en la de los estudiantes aplicados a un chupamedias.

Sin embargo, existe un significado más moderno de disciplina. Aquella que involucra un compromiso fuerte y personal con principios asumidos criticamente. Es el que considero el más adecuado e importante de difundir en las aulas de clase. Los seres humanos debemos asumirnos como radicalmente iguales en dignidad, merecedores del mismo respeto, el cual debemos de exigir, so pena de perder lo más fundamental de nuestra esencia. Las sugerencias de cambio son atendibles, pero sólo la posición personal (o asumida libremente en algún colectivo) determina a qué principios nos aunamos.

La disciplina en ese sentido es la autoexigencia de cumplir con dichos principios. Algo que se desarrolla en el proceso de toda la vida, de cuyos logros se considera que depende el éxito personal e incluso nuestro valor como seres sociales. En el proceso educativo, es importante inculcar la comprensión de la importancia para la propia vida de la puntualidad, organización, planificación, etc., independientemente de metas ajenas a los intereses objetivos de cada persona.

En conclusión, si la sociedad debe apuntar a estadios más justos en la historia, entonces es fundamental fomentar en la educación una disciplina consciente, que permita construir personas libres y con respeto por los demás.

18 noviembre 2014

El sentido de la vida

Escribir sobre este tema es particularmente complicado. Desde perspectivas existencialistas, cristianas, ilustradas o simplemente pragmáticas, muchos pensadores han escrito sobre el tema, a un nivel abrumador. Sin embargo, daré mi perspectiva.

La vida trasciende al hombre. Eso que nosotros poseemos no es más que un modo de vivir, que a su vez es sólo un modo de la existencia. Si a eso añadimos que las vidas humanas responden a un contexto histórico social, tenemos entonces que la vida tiene muchos sentidos. Es decir, muchos caminos hay en la vida, la idea es animarse a recorrer alguno.

¿Qué camino ha seguido la humanidad en general? Pues un camino de destrucción, conflictividad mediocremente tratada y de mucha indiferencia por el destino de los demás. El egoísmo y el "amor propio" (mal entendido y peor aplicado) nos tiene a los seres humanos de las diversas culturas en jaque, sin demasiadas opciones de enmendar el rumbo.

Otro elemento a considerar es el estado de las tradiciones que seguimos. En nuestro contexto, afectados por el espiritualismo absoluto y el materialismo vulgar, nos posicionamos en extremos peligrosos. Es necesario disuadir a las personas del alejamiento de la vida de la carne, y del apego morboso por lo material. Ni el ascetismo ni la posesividad le están haciendo bien al conjunto de la humanidad. El desprecio por los instintos y por las personas son nidos desde los que se incuban los más grandes delitos de lesa humanidad.

En suma, si queremos definir un sentido universal de la vida (a pesar de las diferencias y los contextos alternos), esto pasa por la coordinación de esfuerzos entre los seres humanos, pasa por hacer de este mundo uno donde prime el amor a la propia naturaleza y el respeto a las personas de manera radical. Sin ello, no hay sociedad moderna, y sin sociedad moderna, no hay futuro para el hombre. Y la vida, mientras tanto, será absurda.

22 octubre 2013

Autobiografía intelectual: ¿qué necesidad hay de retomar el género autorreferencial?


Retomo esta biografía intelectual, despejados los fantasmas de una censura que en estos tiempos (de supuesta apertura) no tiene sentido.

Y es que considero que toda época necesita émulos de Agustín de Hipona. No por la ideología (el cristianismo es un asco), sino por la actitud de defender apasionadamente la nueva posición que uno abraza, cual Mariátegui, de modo convicto y confeso. Ayer fue el catolicismo, hoy es el socialismo.

Agustín de Hipona dejó el maniqueísmo para abrazar el catolicismo, y lo hizo con la intención de servir a la Iglesia de todo corazón. Y lo hizo arrepintíendose de sus elecciones pasadas, afianzándose en la elección del presente. Asumió que sin establecer una contradicción tajante, no se puede avanzar.

Yo no soy Agustín, no soy ningún arrepentido, ni tampoco me golpearé el pecho. Mi pasado es católico, y lo disfruté. Sin embargo, las nuevas circunstancias me obligan, por cuestión de principios, a liquidar teóricamente ese pasado. Hoy soy socialista, quiero servir al pueblo de todo corazón, sin mediaciones sobrenaturales, y percibo los errores del ser católico. Percibo sus hipocresías y desencaminamientos. Sus falsas esperanzas y el hecho de que ayudé a difundirlas y a promover la alienación de las gentes.

En aquel contexto, mi objetivo era bienintencionado (de la misma materia de la que, como dice el viejo dicho, está empedrado el infierno). Incluso en algunos momentos me aproximé al liberacionismo, amor compasivo y evangélico por los pobres. Pero ya sabemos lo que dicen Marx y Nietzsche sobre la perspectiva misericordiosa...

Me quedé en mi etapa escolar, de la primaria y secundaria. Es necesario reflexionar sobre mis reflexiones de la adolescencia post-escolar, es decir, mi nivel preuniversitario. Eso haré en el próximo post.

14 enero 2013

La actitud del cínico y la actitud del pendejo

Se suele calificar de "cínico" a quien no admite una falta cometida, a pesar de lo obvio de su autoría. Por ejemplo, cuando ciertos políticos no admiten que han cometido una traición al pueblo, al tomar decisiones en contra de lo que ofrecieron para ser elegidos. O como la persona que, habiendo prometido exclusividad amorosa a su pareja, luego de ser descubierto recibiendo el cariño de una tercera persona, rechaza la acusación y asegura: "no lo hice voluntariamente". Y también como el machista, homófobo o racista que, al reclamársele haber herido con frases insultantes la susceptibilidad de los grupos a los que desprecia, dice: "he sido malinterpretado".

El cinismo sería pues una forma de autismo emocional, en el cual el culpable dice no ser culpable (y hasta puede convencerse de ello). Una forma de autoengaño, en la que, más que mostrar rechazo a la moral establecida y sus normas antinaturales, se las suele legitimar, al no admitir haberlas quebrantado.

Pero justamente eso no es el cinismo. El cinismo corresponde a una actitud libertaria, surgida desde muy antiguo. Es muy famosa la figura de Diógenes de Sinope, quien para justificar su rechazo de las normas, renunció a todo reconocimiento social y, es más, vivía en la calle y a expensas de los demás. Su apelativo, “el Perro”, se lo pusieron con intenciones despectivas, pero él se lo apropió y lo asumía orgulloso. Es como si hubiese querido decir a los demás: "yo seré un perro, pero aún así soy mucho mejor que ustedes".

Ser un perro. Eso es, literalmente, ser un cínico. La palabra cínico proviene del griego kinikós, que significa canino. ¿Por qué enorgullecerse de ser tal? Teniendo en cuenta que los rivales de Diógenes pensaban en un perro callejero (de esos sucios, hambrientos, parasitados, expuestos al frío y hurgadores de basureros), hay algo fundamental: esos perros no tienen amo. Son, por decirlo así, libres. No tienen que responder a nadie por su comportamiento. No tienen que aprender trucos para agradar. Y lo fundamental: no tienen que enterrar el rabo para disimular una falta cometida.

El verdadero cínico, pues, no le debe nada a la sociedad. No tiene poder, no tiene oficio estable y no quiere engendrar nuevos esclavos de las normas. No tiene nada que perder. No aspira a sacarle nada al orden establecido. Aspira a que algún día todos vivan así, al natural y cuidando de lo necesario, pero mientras llega ese momento, ¿por qué no darse el permiso de realizar en carne propia ese ideal?

Es necesario distinguir la actitud del cínico con las sinvergüencerías del incoherente que exige, pero no quiere ser exigido (que exige poder, pero no quiere ser exigido a defender al pueblo que lo eligió; que exige compromiso amoroso, pero no quiere ser exigido a ser leal; que exige respeto y reconocimiento, pero no quiere ser exigido a abandonar la discriminación). A esos los llamaremos simplemente pendejos.