Formar y no deformar a las juventudes
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Esta sociedad neoliberal nos enseña a desconfiar. Efectivamente, nos encerramos en nosotros mismos porque pensamos que pueden hacernos daño. O incluso pensamos que podemos convivir en medio del relativismo y la flacidez de las convicciones políticas. O, de manera más mezquina, simplemente quisieramos tener una burbuja donde encerrarnos, y vivir ahí una felicidad artificial, condenada a desaparecer en el largo plazo.
Sin embargo, en el camino encontramos la posibilidad de rectificar nuestras actitudes negativas, y repotenciar las positivas. Un medio para lograr esto consiste en insertarnos a grupos humanos conscientes y disciplinados. Los estudiantes saben esto, y siempre buscan instituciones que garanticen esta organización.
Las instituciones progresistas, en ese sentido, deben desarrollar la exitosa integración de sus nuevos elementos a su modo de trabajo. No forzarles a asumir de golpe la concepción científica, lo cual sería una actitud utópica. Los nuevos elementos interpretarían justamente esa actitud como sectaria.
Entonces, ¿cómo orientar al que desea progresar? Sin apresuramientos por sacar cambios de la nada (pues de la nada, nada sale), sin liquidar al que se juzga. Sin forzar al compañero nuevo a asumir una posición contraria a la nuestra, para luego acusarlo de conservador y alienado.
Agudizar las contradicciones para superarse es necesario en todo momento. Pero este proceso de cambio individual empieza cuando el sujeto encuentra las condiciones para avanzar. Una olla de presión, ciertamente, no es el lugar más adecuado. La labor del docente es fundamental en esto. Ganarse la confianza del alumno, para que éste sepa que tiene el apoyo y la confianza de su profesor.
Una concepción que ignore estas circunstancias no es científica. Es un simple idealismo metafísico.
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