Sobre la falsa indignación
Indignarse es airarse de algo que nos sorprende y enoja a la vez. De una maldad que desconocíamos y cuyo efecto es tan pero tan grave que consideramos que la única reacción posible es la protesta. Bien canalizada, la indignación lleva a acciones prácticas para la resolución de conflictos. Encarar valientemente a quien ha generado un perjuicio real, lleva a este a tomar una posición, entre el error cometido o la rectificación del mismo, entre la terquedad o la vuelta a la paz. Cuando se supera la irregularidad, el indignado puede encontrar una tranquilidad que solo da la justicia.
Sin embargo, también existe la falsa indignación, que es fabricada por gente inescrupulosa para manipular los sentimientos de la población. La que organiza escándalos teledirigidos y fomenta miedos irracionales. Aquella que permite tener algo en lo que distraerse mientras los problemas estructurales del sistema de cosas siguen en pie, sin crítica alguna que les haga mella. En ese sentido, el falso indignado proclama que su protesta es por una causa justa, cuando en realidad solo está en pie de lucha por sus intereses particulares.
Por estos días el Perú se debate entre dos falsas indignaciones: la de los conservadores y la de los liberales. Las de siempre, las que se han manifestado en toda nuestra historia republicana, pero en versiones sucesivamente renovadas, para arrastrar a las nuevas generaciones en la ola manipulatoria:
1) La falsa indignación de los conservadores, totalmente fingida, que dice concentrarse en la defensa de la familia, pero termina esclavizándola a los poderes establecidos. Una pretensión nauseabunda que confunde lo más sagrado con lo meramente mundano. Donde lo espiritual se subordina a lo temporal, y donde la fe verdadera se instrumentaliza y distorsiona en favor de un orden de cosas injusto. Enarbolando sus consignas moralistas, los conservadores solo buscan asegurar sus posesiones, obtenidas históricamente a partir del saqueo y el robo.
2) La falsa indignación de los liberales, de apariencia radical, la que promueve la libertad absoluta como pantalla para imponer la tiranía de los instintos. La que enarbola como principal valor de su "humanismo" el derecho a repudiar la vida espiritual, y entroniza al hedonismo como modelo de conducta. La que considera que lo bueno es lo mismo que lo agradable, pero no le parece malo legalizar asesinatos y otras degeneraciones, mientras esto sirva al propósito de satisfacer sus caprichos. Cuya hipocresía es tal que afirman estar en rebeldía contra los conservadores, pero en realidad buscan ocupar el lugar que estos detentan en el Estado.
Cada vez que los falsos indignados convocan a la ciudadanía a protestar y manifestarse, no hacen más que usar a la población en el cumplimiento de su agenda política. De esa manera, se convierten en fabricantes de motivos para perder el tiempo. Instauran modas de odio y organizan de tiempo en tiempo linchamientos públicos contra individuos corrompidos, pero en los que de ninguna manera reside la causa de la inmoralidad y la pobreza que campea en nuestro país.
Por ende, el circo mediático que levanta la falsa indignación solo puede servir para disimular reacomodos y reparticiones de privilegios entre los miembros de dichos grupos. Detrás del llamamiento a indignarse se esconde la pugna por embolsicarse el dinero de la ciudadanía. Una reflexión mínimamente inteligente debe conducir a una actitud de repudio frente a dicho proceder. Porque solo el rechazo radical de la mentira lleva a la verdadera independencia. Y la verdadera independencia lleva a evitar levantar banderas ensuciadas por la ambición.
Lima, 14 de julio de 2018.
(Publicado originalmente en: facebook.com/140958073469209)