La masiva movilización de personas que por diversas razones abandonan su localidad originaria para ocupar una ajena, es una característica importante del devenir histórico del hombre. Así fue, por ejemplo, la llegada de Abraham a tierras palestinas, descrito en Génesis 20. En aquel tiempo, los palestinos originales (filisteos), un pueblo en formación, no vieron en su real dimensión las motivaciones teocráticas bajo las cuales llegó el "padre de muchas naciones", y los recibieron con cierto aire de superioridad. Su rey incluso quiso tomar para sí a la muy atractiva Sara, esposa del patriarca, intención que depuso al conocer el transfondo religioso de aquella visita. Simplemente tuvo que allanarse a la voluntad de Dios y ceder territorio. Fue el germen del plan salvífico, que en ese episodio actuó sin derramar una sola gota de sangre.
En nuestro tiempo, los éxodos masivos no se hacen para cumplir misiones de apropiación territorial con permiso divino. Tal mística de la antigüedad (y también de la historia del colonialismo moderno) se debió a que los pueblos del pasado, cuando migraban, migraban en nombre de su Estado. Y el Estado tiene (siempre ha tenido) sus mitos y sus estratagemas ideológicas para orientar a la masa en la obtención de sus objetivos. En cambio, los migrantes de hoy lo hacen en condición de parias. Seres autoexiliados de su sociedad, viajan cual aventureros, algunos en son de paz, a trabajar y a progresar con su propio sudor, y otros sin tantas buenas intenciones. En ambos casos, no hay mitos que motiven el desplazamiento territorial, solo necesidades meramente materiales, y métodos mundanos para satisfacerlas.
La categoría de migrante se particulariza al instalarse en la localidad ajena, y entonces a estos viajeros asentados se los conoce como in-migrantes (los migrantes que ya están dentro del territorio de destino). En este texto no describiré el proceso de movilización, que se caracteriza por desarrollarse con múltiples obstáculos, con experiencias del tipo que dio materia prima para escribir la inmortal "Odisea". Más bien, me interesa analizar las actitudes que aparecen en los habitantes originales del lugar, una vez que los migrantes ya se han asentado entre ellos. Me interesa evaluar las actitudes frente a la inmigración, es decir, las reacciones que genera la presencia del visitante de otras tierras.
Una primera actitud, que me parece la más perniciosa, es considerar al inmigrante como un ser completamente Otro. Es verdad que el recién llegado también puede considerar al habitante nativo de la misma manera. Pero el problema de la indiferencia recíproca (independientemente de quién haya empezado con ello) provoca una partición de la sociedad, ya no en clases sociales, como típicamente se clasifica, sino en grupos étnicos que perviven y superviven aislados unos de otros. Los lazos sociales se dan, por supuesto, pero solo es a partir de la interacción económica básica (intercambio de productos) o en el entorno laboral (vínculo entre contratados y subcontratados). No puede esperarse de ello la integración de los individuos, ni siquiera en el largo plazo, pues ¿qué estabilidad o desarrollo social puede engendrarse con una actitud así?
Una segunda actitud, que es típica de la superficial cultura moderna, es la tendencia a cosificar al inmigrante por sus cualidades y posibilidades meramente externas. Por ejemplo, calificar a los visitantes de repugnantes o deseables en sentido sexual, o de aprovechables o inútiles en sentido económico, podría no pasar de una reacción individual de personas groseras y poco educadas. Sin embargo, al generalizarse los calificativos en el mismo sentido, refleja una gran negligencia en las maneras en que las familias locales instruyen moralmente a sus integrantes, dejando que los impulsos emocionales afloren y hasta gobiernen la zona mental de interpretación, priorizando el deseo y la ambición como los criterios principales de valoración antropológica. Demás está decir que brilla por su ausencia un elemental mecanismo de censura frente a los pensamientos contrarios a la dignidad ajena.
Una tercera actitud es juzgar al inmigrante como un ser malvado y de tendencias delincuenciales. Se desarrolla así la perspectiva xenofóbica (1), que engendra una demonización del diferente y, por lo tanto, es contraria a toda caridad y compasión. Esta actitud ignora, además, las causas profundas de las migraciones. Refleja, pues, no solo un desconocimiento de los procesos sociales a nivel mundial (algo que suele ser normal), sino también un olvido de la propia historia, ya que toda región del planeta ha tenido sus momentos de crisis y sus necesidades de emigración más o menos masivas. Por lo general, dicha actitud suele ser soliviantada por líderes políticos que se prestan a campañas de ocultamiento de los problemas internos de una sociedad, lo cual le genera réditos políticos, porque el vulgo aspira a sentirse mejor que el resto de la humanidad, sin mayor esfuerzo que el apego a una ideología discriminatoria.
Por último, una cuarta actitud es la recepción acrítica y sumisa de la inmigración. Para algunas personas, contagiadas de alguna versión deformada de cosmopolitismo multiculturalista, la presencia de influencias culturales exóticas ayuda a un mejor desarrollo de la comunidad, cualesquiera que estas sean. Sin embargo, esta actitud peca de ingenuidad, al menos respecto de las reales posibilidades de aportación del grupo visitante. Si, como hemos dicho al inicio, los éxodos de hoy no se dan con patrocinio estatal o intencionalidad de conquista, sino a la manera típicamente gitana y nómade, entonces no podemos esperar un florecimiento cultural a partir de la presencia de los individuos llegados de otras tierras. Muchas veces, detrás de esta actitud allanada existe una especie de minusvaloración de la propia cultura. Pero no es saludable buscar remover nuestras raíces en medio de la confusión.
En conclusión, ya sea que la inmigración provoque indiferencia, minusvaloración, odio o aprobación excesivos, no cabe duda que ella forma parte de procesos irreversibles, es decir, que no se pueden desconocer como parte intrínseca de la historia de la humanidad. Particularmente criticable es intentar ningunear las alteraciones psicosociales que genera la presencia inmigrante, tildándolas de meras especulaciones, como si fueran desvíos de la razón que no deberían ponernos en expectativa de cambios importantes en nuestro porvenir colectivo. No, señores. Para bien o para mal, los foráneos son protagonistas de progresos y retrocesos dentro de una sociedad, y nosotros deberíamos saberlo especialmente, dada nuestra condición de herederos de antiguos campesinos devenidos en hombres de ciudad. Hoy por hoy, la ciudad de Lima es nuestra, una ciudad construida a partir de la inmigración indígena, con los problemas propios del proceso del asentamiento de nuestras familias. En el futuro, ¿podrán decir lo mismo los individuos de cultura caribeña que hoy llegan por millares a nuestra metrópoli?
Lima, 26 de agosto de 2018.
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(1) "Xenofobia" es un término que etimológicamente significa "temor al extraño", pero que en su uso se restringe específicamente a los inmigrantes extranjeros. Con fines de ampliación semántica, tal vez sea mejor castellanizar y usar el término italiano "esterofobia", que literalmente significa "temor al que viene del exterior", que si bien significa estrictamente lo mismo, podría usarse para incluir en las referencias a los inmigrantes de las provincias de un país, personas contra las que también se ejercen las actitudes enumeradas en este texto.