La actitud del cínico y la actitud del pendejo
Se suele calificar de "cínico" a
quien no admite una falta cometida, a pesar de lo obvio de su autoría. Por
ejemplo, cuando ciertos políticos no admiten que han cometido una traición al
pueblo, al tomar decisiones en contra de lo que ofrecieron para ser elegidos. O
como la persona que, habiendo prometido exclusividad amorosa a su pareja, luego
de ser descubierto recibiendo el cariño de una tercera persona, rechaza la
acusación y asegura: "no lo hice voluntariamente". Y también como el
machista, homófobo o racista que, al reclamársele haber herido con frases
insultantes la susceptibilidad de los grupos a los que desprecia, dice:
"he sido malinterpretado".
El cinismo sería pues una forma de autismo
emocional, en el cual el culpable dice no ser culpable (y hasta puede
convencerse de ello). Una forma de autoengaño, en la que, más que mostrar
rechazo a la moral establecida y sus normas antinaturales, se las suele
legitimar, al no admitir haberlas quebrantado.
Pero justamente eso no es el cinismo. El
cinismo corresponde a una actitud libertaria, surgida desde muy antiguo. Es muy
famosa la figura de Diógenes de Sinope, quien para justificar su rechazo de las
normas, renunció a todo reconocimiento social y, es más, vivía en la calle y a
expensas de los demás. Su apelativo, “el Perro”, se lo pusieron con intenciones
despectivas, pero él se lo apropió y lo asumía orgulloso. Es como si hubiese
querido decir a los demás: "yo seré un perro, pero aún así soy mucho mejor
que ustedes".
Ser un perro. Eso es, literalmente, ser un
cínico. La palabra cínico proviene
del griego kinikós, que significa
canino. ¿Por qué enorgullecerse de ser tal? Teniendo en cuenta que los rivales
de Diógenes pensaban en un perro callejero (de esos sucios, hambrientos,
parasitados, expuestos al frío y hurgadores de basureros), hay algo
fundamental: esos perros no tienen amo. Son, por decirlo así, libres. No tienen
que responder a nadie por su comportamiento. No tienen que aprender trucos para
agradar. Y lo fundamental: no tienen que enterrar el rabo para disimular una
falta cometida.
El verdadero cínico, pues, no le debe nada
a la sociedad. No tiene poder, no tiene oficio estable y no quiere engendrar
nuevos esclavos de las normas. No tiene nada que perder. No aspira a sacarle
nada al orden establecido. Aspira a
que algún día todos vivan así, al natural y cuidando de lo necesario, pero
mientras llega ese momento, ¿por qué no darse el permiso de realizar en carne propia ese ideal?
Es necesario distinguir la actitud del
cínico con las sinvergüencerías del incoherente que exige, pero no quiere ser
exigido (que exige poder, pero no quiere ser exigido a defender al pueblo que
lo eligió; que exige compromiso amoroso, pero no quiere ser exigido a ser leal; que exige respeto y reconocimiento, pero no quiere ser exigido a abandonar la
discriminación). A esos los llamaremos simplemente pendejos.