18 enero 2009

Lima, la enrejadamente horrible


Hoy se cumple un aniversario más de la fundación de la ciudad de Lima. Podría hacer una aproximación subjetiva a la realidad de este enclave del imperialismo estadounidense. Pero mi vida personal serviría poco para representar el devenir de esta ciudad.

Me explico. Mientras en otras zonas del Perú se libraban fuertes luchas entre las fuerzas emergentes y los grupos de poder en el país, mi niñez y adolescencia pasaba en aquella ciudad sin mayores novedades. Yo crecía en la ignorancia de una realidad que cambiaba vertiginosamente.

No recuerdo exactamente cuándo empecé a abrir los ojos a la verdadera realidad limeña. Pero fue, eso sí, después de salir del colegio. Si algo contribuyó a ello, fue definitivamente el intervalo entre mi etapa post-escolar y mi etapa preuniversitaria. En aquellos momentos, aprovechaba mi tiempo libre en acercarme a lo que ahora es la Biblioteca Pública de Lima (antes Biblioteca Nacional del Perú).

En esa biblioteca, Nietzsche y Descartes me ayudaron a liberarme de la ingenuidad de pensar que el mundo se reducía a mis problemas personales. Luego, la revista Quehacer y los ejemplares pasados de los diarios ochenteros me ayudaron a hacer una reconstrucción objetiva de lo que pasaba en mi ciudad mientras yo era un párvulo.

La alienación, sin embargo, continuó. Mi posterior etapa nihilista me cegó los ojos sobre la realidad proletarizada e indigenizada de mi ciudad y, cuando aquella etapa alcanzó cierta superación, me llevó a sumarme a las luchas democrático-burguesas contra el fascismo de Fujimori. Después, como es conocido, el fascismo descarado de Fujimori cayó, dando paso a uno más encubierto y demagógico. Sin embargo, el llamado "Perú profundo" me era una incógnita, que hasta ahora lamento no comprender muy bien...

Fuera ya de recuerdos personales, podríamos afirmar que –siguiendo el esquema historicista– la generación limeña que me antecedió no fue consciente de la crisis que desangraba a mi país, hasta que dicha crisis se desbordó y le tocó sus intereses. Y, ante los cambios incesantes que atentaban contra su cómoda vida, no tomaron mejor decisión que tratar de salvar su propio pellejo.

En términos más precisos, fueron en realidad los grupos más privilegiados de Lima (y, por ende, del Perú) los que reforzaron su burda actitud ante la violencia provocada por su propia mediocridad dirigencial. Y con violencia no me refiero solamente a la insurgencia subversiva de los años de la guerra interna, sino también, cómo no, a los fenómenos de lumpenidad en nuestra ciudad.

Antes de todo eso, Lima ya era una ciudad horripilante por su tradicionalismo, si tomamos en cuenta los certeros ensayos de Sebastián Salazar Bondy. Pero, frente a la insurgencia de los nuevos actores sociales, los representantes de la limeñidad decidieron replegarse en burbujas de falso progreso de esta ciudad. Atrincherados en urbanizaciones residenciales, sus acciones no pasaron de tratar de conservar lo poco que queda de sus años de esplendor.

Muestra de ello son las rejas que cierran el paso a las calles más nice de Lima. Yo vivo en una zona intermedia, entre un barrio marginal y un barrio residencial, de clases medias (que si bien es una categoría inaplicable en el Perú de hoy, utilizo como metáfora). Las rejas muchas veces impiden una llegada directa a mi casa, donde llego cansado de mis labores docentes. La situación es peor mientras más "exclusiva" sea la zona.

El fenómeno es, por supuesto, sólo un indicador de lo que sucede en mi ciudad. Hace referencia a la respuesta insuficiente que las clases dominantes dan a los muchos robos de los que han sido víctimas por parte de las bandas delincuenciales organizadas (las que, dicho sea de paso, son utilizadas por ellas mismas, cuando se trata de amedrentar a los grupos organizados de trabajadores). Aquélla respuesta, de manera escandalosamente implícita, forma parte de maneras de ocultar el clasismo de quienes no quieren ver las huellas de la pobreza de la que son directamente responsables.

Pero hay, por necesidad, un futuro. Y este es un pronóstico que no creo que esté muy alejado de lo objetivo: Lima, hoy un bastión de la reacción, en las décadas venideras debe ser tomada por las fuerzas que harán de este país una sociedad más justa.

03 enero 2009

Cuba y la necesidad de una segunda etapa en su proceso de cambios

El 1ro de enero de 2009 se celebraron los 50 años de la Revolución Cubana, que ha convertido a la isla en un Estado nacionalista, promotor de las luchas antiimperialistas en Latinoamérica.

Han habido diversos análisis de este suceso. Y, por supuesto, críticas diversas sobre la realidad cubana de hoy. Algunos llaman "gerontocracia" a este régimen, dirigido por los viejos combatientes que desterraron la influencia norteamericana del país caribeño. Piden una renovación urgente de la política cubana. Una "mayor apertura" al mercado, reclaman otros, a viva voz. Reclaman reformas liberales y un acomodamiento a la economía capitalista globalizada.

Desde aquí no nos aunaremos a quienes interpretan que la vuelta al capitalismo de mercado representaría un avance en Cuba. Lamentablemente, la intención de algunos individuos es hacer regresar a este país a los tiempos de Batista, aplicando un capitalismo desaforado y decadente (es decir, de un capitalismo a secas, sin matices ni hipocresías socialdemócratas). Lo único resaltante de estos sectores es su sinceridad al asumir una posición de clase transparente, a favor de los intereses de la burguesía. Esto hace más sencilla la lucha ideológica contra ellos.

Considero, particularmente, que en Cuba ya se va cerrando un primer momento de su proceso de cambios, y que ahora se necesita urgentemente una profundización y radicalización de su socialismo: es decir, una segunda etapa que dé al pueblo mayor participación, y que se oriente a instalar en el gobierno a verdaderos representantes de las clases trabajadoras. La pequeña burguesía en el poder ya cumplió su papel. Ha logrado avances grandiosos en el plano cultural, pero también ha mostrado sus limitaciones para manejar la economía y canalizar la participación del proletariado.

Cuba hoy, es mejor que la Cuba de hace 50 años (¿alguien lo puede negar?). Pero también afronta retos muy distintos. Sus juventudes conscientes –las que no anhelan fugar cobardemente del país, o las que de manera oscura reclaman "libertad de expresión", utilizando esta consigna liberal para ocultar su sed de privilegios– están en el deber de estudiar mejor su proceso de cambios, libres de adoctrinamientos oficialistas y autocensuras. Se necesita desarrollar lo que Mariátegui llamaba la "construcción heroica" de una nueva sociedad, sin arrebatos de izquierdismo infantil, pero también sin oportunismos traicioneros y claudicadores.